La vida es real sólo cuando Yo Soy; Gurdjieff.

Henry Tracol

EL TRABAJO INTERIOR-Henriette Lannes

Henriette Lannes nos habla…

Nos habla del hombre, del estado del ser humano, que ha perdido el vínculo esencial con aquello que le da un sentido real a su vida. Cuando ese sentido ya no existe, el ser humano se sumerge en lo que el mundo actual le propone y le impone para encontrar, según dicen, la felicidad.

henrietEL TRABAJO INTERIOR

Siempre hay algo que nos engaña o bien algo por lo que nos dejamos engañar. ;El caso más grave es que me creo alguien! Pero, en realidad, ¿quién soy? ¿Qué es yo? ¿Qué es yo soy?

Nuestra atención debe aprender a concentrarse en estas preguntas. Si no tengo un interrogante que se refiera a mí, hay pocas posibilidades de que experimente la necesidad de trabajar.

Ante todo, debe percibirse y escucharse un interés sincero por nosotros mismos. La mayor parte del tiempo no sabemos quiénes somos ni lo que somos, y por eso vamos a consultar a cartománticas y grafólogos.

Las preguntas verdaderas sólo pueden formularse en un medio que vive con un mínimo de palabras, sin complicaciones. Tal como soy, el yo’ verdadero no existe.

Si lo siento, ¿cómo no olvidar esta impresión? 4

 ¿Cómo aprender a desconfiar del usurpador que vive en posibilidades de inteligencia, de verdad nos son reveladas. mí, que se apodera de mi vida, que la vive en mi lugar? Pero es indispensable permanecer vigilantes pues también entonces se mecaniza esta búsqueda interior y realizar un trabajo falso. 

Cada uno puede dar un contenido diferente a la palabra «Trabajo». Nuestra atención es débil y se desvía fácilmente. Entonces somos nuevamente atrapados por las redes de nuestra imaginación.

En lo que nosotros llamamos nuestra vida, sentimos una multitud de dificultades ligadas a alegrías y penas más o menos grandes.Debemos relacionarnos continuamente con algo más real en nosotros.

En ningún momento comprendemos verdaderamente lo que nos sucede. A veces somos sensibles a las numerosas contradicciones que existen en nosotros y a nuestro alrededor. Trabajar es tratar de entrar en contacto con el desconocido que soy. Cuando tenemos, aunque sea de manera relativa, conciencia de este estado de cosas, ése es el comienzo del Trabajo. Una gran parte, en nosotros, no tiene ganas de estar en esta situación; sin embargo, recibirnos un llamado interior para abrirnos a ella, para «trabajar». Cuanto más cuenta nos demos de ello, mejor para nosotros. Hay que regresar incesantemente a nuestra necesidad de conocernos y no dejar que todo se degrade con los yo no quiero… yo no puedo. Debemos aprender a deshacer esas artimañas.

Tal vez veamos que el sueño crea el sueño, y que la masa del sueño y el estado negativo que hay en nosotros pueden aumentar cada día.

Cuando trabajamos, percibimos la importancia, el lugar del trabajo en nosotros mismos. Él representa cada vez más la posibilidad de tener la experiencia de encontrarse uno mismo.

Descubrimos que este encuentro en el seno de nuestra propia vida es más precioso que todo el resto. 

Henriette Lannes

4- Este texto se encuentra en el libro Gurdjieff: Textos compilados por Bruno de Pana/len, A. C. Editorial Ganesha, Caracas, 1997, pp. 428-430

5 G. I. Gurdjieff, Relatos de Belcebú a su nieto, Libro Tercero, A. C. Editorial Ganesba, Caracas, 2001, pp. 422.421.


NACIDO BUSCADOR- TRACOL H.

El hombre ha nacido buscador… Por su sensibilidad natural a las vibraciones de un vasto campo de impresiones, ¿no está abocado a un perpetuo asombro? Llamado por necesidad a seleccionar entre esas impresiones las que se prestan a una asimilación consciente -y por eso mismo a aproximarse a una percepción auténtica de su propia identidad- ¿no está destinado a interrogarse sin descanso?  Tal es su verdadera vocación, su derecho de nacimiento. Puede olvidarlo, negarlo, enterrarlo en las profundidades de su ser inconsciente; puede separarse, hacer mal uso de ese don escondido, y alejarse cada vez más de la realidad; puede incluso intentar persuadirse de que ha alcanzado de una vez por todas las orillas de la Verdad Eterna. Qué import

a, esa llamada secreta permanece viva, incitándolo en lo más profundo de sí mismo a intentar, intentar cada vez más intensamente comprender el significado de su presencia sobre la tierra. Pues él está aquí para despertarse, para recordarse y para buscar, una y otra vez.  ¿Buscar qué? se preguntará. A buen seguro debe tener una meta definida, un designio, un objetivo a alcanzar en el momento oportuno. ¿Los representantes de la ciencia moderna no nos han advertido -por lo general- que a su vez: «Si no sabes lo que buscas, no sabrás nunca lo que de hecho has encontrado.»? Pues según ellos, lo que es matemáticamente previsible debe siempre prevalecer sobre el desafío lleno de promesas de la incertidumbre. Pero ninguno de ellos os escuchará si os atrevéis a insinuar que «saber de antemano» condena inevitablemente a no «encontrar» nada. En verdad no se puede escapar al viejo espanto de la «quididad»(1) más que a condición de recordar las palabras de Scot Erigène: «Dios no sabe lo que es, ya que El no es para nada algo.» No puedo evitar evocar aquí mi último encuentro con un amigo de cierta edad que estaba a punto de emprender lo que, sentía él, iba a ser su último viaje a los Santos Lugares y a donde los sabios de Oriente. Al despedirme le dije: «Te deseo que encuentres allá lo que buscas». Con qué sonrisa apacible me respondió inmediatamente: «Puesto que en realidad no busco nada, quizás lo encontraré…»

Desembaracémonos inmediatamente de un posible malentendido y digámoslo bien claro: ningún conocimiento real puede ser alcanzado por simple efecto del azar. Tal es el poder de fascinación de la existencia y de sus ilusiones pasajeras que nuestro interés se desvía sin cesar de la inmediata percepción de lo esencial. Dejarse arrastrar por «visiones» y «descubrimientos» persuasivos, por seductores que sean, o ceder al encanto de lo que se llama «la búsqueda por la búsqueda», es simplemente complacerse en un sueño despierto, una forma de auto-tiranía totalmente incompatible con las necesidades objetivas del hombre.

¿Entonces cómo emprender una búsqueda auténtica? En lugar de someterse de golpe a la llamada de una «vía» particular, se debería de entrada esforzarse con humildad hacer sitio a algunas de las exigencias requeridas para empezar con buen pie.  El primer paso, lo esencial, ¿no es un acto de reconocimiento: reconocimiento de la imperiosa necesidad de la búsqueda misma, de su prioridad, de su urgencia para aquel que aspira a despertarse y a asumir tan plenamente como sea posible su existencia interior y exterior?  Cada vez que un hombre se despierta, se despierta de una presunción: la de haber estado siempre despierto, y por lo mismo ser dueño de sus pensamientos, de sus sentimientos y de sus acciones. Es en aquel momento que se da cuenta -y aquí está el lado sombrío de esta toma de conciencia- de su profunda ignorancia de sí mismo, y hasta qué punto sigue bajo la estrecha dependencia del tejido de relaciones por el cual existe, perpetuamente a merced de la menor sugestión que surge en él en un momento cualquiera.  Puede también despertarse -aunque no sea más que por un instante- a la luz de una conciencia más alta, permitiéndole entrever el mundo de posibilidades escondidas al que pertenece por esencia, ayudándole a sobrepasar sus propios límites y abriendo la vía a la transformación interior.

En el instante mismo la llamada de la búsqueda resuena en él y la esperanza nace en su corazón. ¡Pero desgraciado de él si se cree a salvo en adelante! La visión no dura -quizás no está hecha para durar- y se encuentra con la impresión vertiginosa de zozobrar una vez más en el torbellino irreversible de sus propias contradicciones.  Sintiéndose perdido, puede perderse aún más en su búsqueda por reencontrarse; experimentando su ceguera, puede acrecentarla esforzándose por ver; tomando conciencia de su esclavitud, puede dejarse encadenar más estrechamente aún por su búsqueda de libertad. Hasta que de pronto se despierta de nuevo, y todo el proceso vuelve a comenzar. A la larga, de esfuerzo en esfuerzo y de fracaso en fracaso, puede que consiga al fin reencontrarse para asumir el papel preciso que le corresponde en este drama desconcertante.

Cada vez que un hombre se despierta y recuerda su meta, al mismo tiempo que a este milagro efímero, él se despierta a un enigma insoluble. Se da cuenta por momentos de que a fin de despertarse estaba condenado al sueño, de que a fin de recordarse estaba condenado al olvido. Tal es la ley de esta situación equívoca: sin sueño no hay despertar, sin olvido no hay recuerdo. Desde entonces, si se obstina en buscar lo que está más allá de la ambivalencia, descubrirá lo que no era más que otro fantasma. De hecho hay, y siempre ha habido, una secreta continuidad en su ser, que está en parte reflejada en la estructura inmodificable de su cuerpo y la actividad cíclica de sus funciones. Pero en un mundo de energías en perpetuo movimiento, una continuidad tan relativa no puede ser nunca asimilada la inmutabilidad. La ley de la existencia humana es: devenir o morir. Si un hombre debiera permanecer para siempre inmóvil y fundirse en la eternidad, su presencia sobre la tierra casi no tendría sentido ya.

Tal es la verdadera condición humana: su aceptación lúcida y total se revela indispensable. Sólo ella puede ayudar al verdadero buscador a reafirmar su determinación interior. Debe estar dispuesto a adaptarse a una realidad constantemente cambiante, dispuesto a acomodarse a la ley de la alternancia y de los vuelcos sucesivos del destino, dispuesto a conformarse a todo lo que pueda presentarse de favorable o de hostil, dispuesto a rechazar todo deseo ilusorio y a no contar con resultado ni recompensa.  Tarde o temprano deberá intentar no solamente aceptar los riesgos, sino responder al desafío con conocimiento de causa y exponerse él mismo al peligro. Es solamente entonces cuando responderá verdaderamente a la llamada. Lejos de abjurar de las revelaciones recibidas a través de enseñanzas que ha podido encontrar anteriormente, tratará de «verificarlas» -es decir, experimentarlas como verdades para él mismo, aquí y ahora. Una participación consciente en lo que para él es la evidencia misma, tal es la meta de aquel que busca sinceramente: meta tan próxima y al mismo tiempo tan lejana, meta que le es continuamente ofrecida y continuamente retirada- y eso a fin de que pueda continuar buscando. Para un hombre, buscar es una tarea sagrada, que se sitúa mucho más allá de sus esperanzas y de sus gustos personales. Si él le da su asentimiento y si se esfuerza con perseverancia por cumplirla, experimentará que su búsqueda corresponde verdaderamente a la vez a sus necesidades esenciales y a sus capacidades propias.

Paciencia -mucha paciencia. Aguante y determinación, vigilancia y prontitud, disponibilidad y flexibilidad consciente: todas estas cualidades le son indispensables. Quizás llegará un momento en que se dará cuenta de que para desarrollar sus posibilidades latentes tiene necesidad de un guía y de un apoyo. Liberado de toda pretensión de ser «alguien que sabe”, se pondrá deliberadamente bajo la autoridad de un Maestro. ¿Para recibir su enseñanza y seguir sus directrices? Sí, y lo que es más, para recibir y estudiar la manera en que el Maestro se comporta en la vida y con los demás, para observar cómo transmite su comprensión por su propia conducta y por el tono de su voz, y finalmente para ser capaz de recibir plenamente su mirada silenciosa.  Sometiéndose a tal aprendizaje el buscador se libera progresivamente de sus prejuicios y se hace sensible a una multitud de manifestaciones o testimonios de búsqueda donde quiera que los encuentre -y esto cualquiera que sean las aparentes contradicciones que descubra entre sus respectivas formas- pues sabrá reconocer que todas se refieren a ese mismo desconocido al que él mismo se siente ligado. Dicho esto, se puede preguntar por qué el elocuente dibujo de Sengaï ha sido elegido como motivo para este libro 2.  ¿Esta pintura zen no parece como un gesto de desembocadura a la que debió ser para el artista la búsqueda de toda una vida? No podemos dejar de representarnos a Sengaï preparándose, meditando horas en una calma perfecta; después, una vez la tinta lentamente removida y diluida con cuidado, el pincel que se levanta, queda un momento suspendido en el aire como un águila observando su presa, y de un solo golpe he aquí: círculo, triángulo, cuadrado.  ¿Pero qué especie de geómetra es entonces este hombre? ¡Mirad un poco su “cuadrado”! ¡La imprecisión de las líneas, la palidez de la tinta!Pero con toda evidencia Sengaï no le importa, la preocupación ordinaria de exactitud no es de su competencia. Con toda evidencia él está  más interesado por la relación interna entre los tres símbolos,  y por la manera en la que se engendran uno a otro. Su sucesión es en sí misma un enigma. Si le prestamos atención, comprendemos que el movimiento se desarrolla naturalmente de derecha a izquierda. Siguiendo el trazo del pincel cerramos el círculo, lo abandonamos por el triángulo y finalmente desaparecemos en el último toque del cuadrado. Para nosotros, aceptar esta interpretación del orden de sucesión puede resultar difícil, pues según nuestro sistema occidental de asociaciones nosotros lo vemos automáticamente desarrollarse de izquierda a derecha… Así es como nosotros estamos habituados a “leer” las cosas, a progresar hacia el punto final y el cierre del círculo. Existen de hecho indicaciones pertinentes sobre la intención probable de Sengaï. El profesor D.T. Suzuki, eminente autoridad en materia de budismo Zen, propone esta interpretación: el circulo representa lo “sin forma”, la vacuidad, el vacío donde no hay aún ninguna separación entre la luz y las tinieblas; el triángulo evoca  el nacimiento de la forma a partir de lo “sin forma”; y el cuadrado, combinación de dos triángulos opuestos, representa la multiplicidad de las apariencias. Del Uno sin límites a la inagotable variedad de formas en las que se divide, del secreto de la Esencia a la Manifestación siempre proliferante, tal es el misterio de la Creación involutiva. ¿Pero debemos verdaderamente contentarnos con la visión maravillosamente concisa de Suzuki como la única digna de fe? A menos que por esta aquiescencia demasiado fácil no traicionemos a la vez, en un sentido, la pintura y la interpretación. Más valdría mantener nuestro espíritu abierto al flujo de las sugestiones venidas de otras fuentes, por ejemplo a la cuadratura del círculo de los alquimistas, o incluso a aquellas que pueden surgir de nuestras profundidades más íntimas, guardándonos de sucumbir a la seducción de ninguna de ellas.

¿Estamos dispuestos ahora a superar la peligrosa fascinación de las contradicciones aparentes? Reflexionemos en el orden que ha sido adoptado para las tres partes de Búsqueda y en la manera en que han sido concebidas para armonizarse a la composición de izquierda a derecha del motivo. Aquí, de nuevo, la ley de alternancia se nos impone, pues es tiempo ahora de remontar a la fuente. Exiliados sobre este lejano pequeño planeta donde nuestra única opción posible de supervivencia exige las defensas protectoras de la estabilidad material -cuadrado-, debemos hacer laboriosos esfuerzos para encontrar orientación, ayuda y método -triángulo-, hasta el momento en que estemos dispuestos para la última búsqueda: el retorno al origen, al comienzo -círculo-, de donde… pero esta es otra historia -o, mejor dicho, la misma historia siempre recomenzada.  El buscador nato no puede escapar al laberinto. Quizás comprenderá que él mismo es el laberinto y que ninguno de los fracasos, ninguna de las «respuestas» que se presentan a lo largo del camino lo detendrán jamás en su progreso hacia el centro de su propio misterio. Lejos de intentar sustraerse al desafío cultivará la esperanza de llegar a ser cada vez más capaz de responder a él: sólo esto dará un   sentido a su búsqueda.

Henri Tracol 

1.Quididad, es la traducción al castellano del latín «quidditas» o «quiditas», la cual a su vez proviene del latín «quid», ¿qué es?, ¿qué cosa?, o de manera indeterminada: «algo». En ocasiones se latiniza también como «quiddidad». Enfilosofía, el término quididad, fue usado dentro de la escolástica medieval por Santo Tomás de Aquino, quien en el siglo XIII, le otorgó la acepción de sinónimo de esencia, de naturaleza. 2. Es el dibujo que se reproduce al principio de este texto.

Traducido y extractado por Javier Encina de «Search», Introducción a Búsqueda. Serie de estudios publicados bajo la dirección de Jean Sulzberger. Harper & Row, New York, London, 1979.

Colaboración para el blog: Gurdjieff y Ouspensky – Estudio e Investigación.


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GURDJIEFF Y LA CIENCIA DEL SER

Gurdjieff y la  Ciencia del Ser
Henry Tracol, BUSCADOR DE NACIMIENTO La llamada de G.I. Gurdjieff
Conferencia pronunciada en español en México
El 8.1.59-en la Casa del Arquitecto


Dicen que Oriente cuando desaparece un hombre de alta espiritualidad, a veces es difícil saber enseguida quienes han sido sus discípulos más allegados, porque éstos se preguntan ¿Quién va a tener ahora la osadía de pretender haber sido discípulo suyo? Algo más tarde, sin embargo, se dan a conocer, porque acaban por pensar: ¿Quién puede seguir negándose a dar testimonio?
Hablaremos pues esta noche de George Ivánovich Gurdjieff. Hace ya más de nueve años que nos dejó, y ya ven ustedes: todavía dudo si hablar de él.
Tuve el privilegio de tratarle asiduamente durante unos 10 años y puedo decir que él me conocía bien a mí, sin duda alguna mejor que yo mismo. En cambio me queda la impresión de que yo, por mi parte, no le conocía… o muy poco.
Entonces ¿Quién era Gurdjieff?
¿Un escritor? Indudablemente no. No tenía ni el tipo de cultura ni la preparación literaria que nos parecen imprescindibles para ser capaz de componer libros. Sin embargo llegó a dejarnos una obra de una amplitud impresionante, cuyo alcance, hoy por hoy, sólo podemos presentir. Tenía algo que decir y lo dijo, en una forma inimitable.
Tampoco era filósofo. No hablaba el lenguaje convencional de los círculos que se dedican a especulaciones de altos vuelos.
No pergeñó ninguna teoría inédita para deleite de los entendidos. Pero a pesar de su aparente falta de competencia, aquel buscador de la verdad supo remontarse a fuente escondida de la que mana la sabiduría de siempre, y con la fuerza auténtica de su determinación y su poder consciente de adaptación, logró dar a su pensamiento una forma que le permitió expresar y transmitir  a los hombres de hoy los principios fundamentales de un conocimiento objetivo.
Así pues, no tenía otro propósito que decir otra vez lo que ya se había dicho desde la más remota antigüedad, pero decirlo de manera que diera vida al deseo de experimentarlo y ponerlo a prueba, en lugar de filosofar doctamente en el vacío.
Esta concepción del conocimiento como algo que se ha de experimentar y saborear a través de la experiencia en lo que uno se implica directamente, le situaba en las antípodas del espíritu científico tal como lo hemos heredado del siglo pasado, espíritu que pese a algunas excepciones de primera magnitud, sigue prevaleciendo en la mayoría de los sabios contemporáneos, tan preocupados de situarse humildemente fuera del objeto se sus investigaciones, eliminando el famoso coeficiente personal y al mismo tiempo pretendiendo someter las fuerzas de la naturaleza y conquistar hasta los lejanos planetas de su sistema solar.
Esta es la verdadera piedra del escándalo. Con ella tropezamos cada vez que pretendemos conocer algo desde fuera, como si no nos concerniera en absoluto. Hemos olvidado el sabor del saber, de la sapiencia. Nuestro saber ya no tiene ningún sabor. No por falta de interés, pero nuestro interés va cada vez más hacia la periferia, hacia los resultados más espectaculares de poderío aparente.
Al desterrar a Dios de los laboratorios, se corría el riesgo de perder el sentido de un fin real para la investigación y como no se puede emprender nada sin alguna apariencia de significación, los sabios modernos profesaron la religión artificial del progreso sin fin, cuyo dios no puede ser sino el hombre mismo, pero un hombre aislado, desintegrado por su ilusión de estar sólo en un universo al que niega la vida.
En cuanto a los que se entregan a la terrible pasión de la ciencia pura, de la ciencia por la ciencia, caen en la misma trampa que  los que se dedican al arte por el arte mismo se engañan a  sí mismos y se pierden en un espejismo del que ya no pueden salir.
 En ellos seguramente piensa Fritjof Shuon cuando escribe: El hombre moderno colecciones llaves sin preocuparse por saber si pueden abrir puertas.
A esta ciencia codiciosa , embriagada por sus aparentes éxitos, a esta ciencia que aleja cada vez más al hombre de sí mismo, se aplica admirablemente el proverbio bíblico: El insensato mete la mano en el cuenco, pero se olvida llevársela a la boca.
Y en realidad no es acumulación sin fin de nuevos hechos o de puntos de vista originales lo que debiera importarnos, sino la posibilidad de integrarlos, para que de ello resulte un enriquecimiento substancial.
Necesitamos comprender de dónde viene esa sed de conocer y quien va a sacar provecho de ella. “Ciencia sin consciencia no es sino ruina del alma” dijo Rabelais. Si se ignora su punto de partida y su punto de llegada, el saber pierde sus raíces y acaba yéndose a la deriva. La cosecha de descubrimiento cae en un tonel sin fondo, o bien el hombre la lleva a cuesta como una carga cada día más pesada cada día para sus hombros maltrechos, sin que le aporte ninguna satisfacción verdadera.
Y ahora si yo me pregunto ¿Me conozco a mí mismo? ¿Soy consciente de mismo? Y trato de ser sincero, la respuesta sólo puede ser negativa. Pero ¡Qué raro! Existo, y sin embargo no sé quien soy en realidad.
¡Mi  propia vida es como la de un extraño del que no sé nada! Esta vez me siento directamente en juego y ya se levanta en mí el deseo de conocerme para dejar de estar ausente de mi vida, para descubrir lo que me impide ser lo que pudiera ser y manifestar las potencialidades escondidas que presiento en mí.
Acerca de esto ¿qué dice Gurdjieff? Dice que no se puede hablar de conocimiento sin tener en cuenta el ser al que se refiere  el conocimiento. Dice que el conocimiento de mí mismo depende muy estrechamente de mi ser, dicho de otro modo, que el valor y la calidad de mi saber, ya que no su amplitud, corresponden a los que soy actualmente.  Dice que si deseo desarrollarme, mi ser y mi saber han de crecer simultáneamente y paralelamente, ayudándose mutuamente y que se su conjunción íntima nacerá la comprensión, es decir el auténtico saber del ser.
No obstante Gurdjieff añade que no puedo entender este lenguaje, y que cada una de estas palabras puede dar lugar a un malentendido por mi parte, pues me falta la clave que me permita situar a cada momento el punto de vista desde el cual está hablando, y su rigurosa relación con el conjunto. Esta clave existe: es el principio de relatividad.
Según este principio, cada entidad en el Universo no existe sino en relación con el conjunto de qué forma parte, es decir, esencialmente en la medida en que participa en el Todo. Y Gurdjieff nos ofrece una visión grandiosa del Universo, compuesto de mundos contenidos unos de otros, en los cuales vivimos simultáneamente, estando en diferente relación con cada uno de ellos.
 La desdicha es que en esta inmensidad me siento aún más perdido. ¿Cuál es mi lugar, para que sirvo, qué es lo que justifica mi presencia en el Universo? Comprendo que yo solo jamás lograré resolver el enigma.
Lo que me falta es una manera totalmente nueva de acercarme a mi problema, no por fuera, sino por dentro. Lo que me falta es la ciencia del ser
No, Gurdjieff no era filósofo ni un sabio moderno. Tampoco era un profesor erudito acreditado para impartir enseñanza correspondiente su especialización. Nada de eso Gurdjieff era un Maestro.
¡Ya oigo el coro de protesta, aunque sean mudas! Se ha discutido mucho sobre la no utilidad y hasta la nocividad de los “Maestros”, idea que en muchos casos suscribiríamos de buena gana, pues si está lo peor a un paso de lo mejor… Hay Maestro y maestro.
Podemos decir que según las concepciones tradicionales, la función del Maestro no se limita a la transmisión de doctrinas, sino más  bien significa una verdadera encarnación del conocimiento, gracias al cual el Maestro puede ejercer una influencia activa, con objeto de ayuda al discípulo en su búsqueda.
            Y es verdad que esto representa un peligro, el peligro de intervención abusiva, el peligro de sugestión y de usurpación. Es lo que Gurdjieff llama “magia negra”, contra ella nos previene insistentemente, diciendo que  su característica más constante es la tendencia a suscitar la pasión en las personas, utilizándolas, aunque sea con las mejores intenciones, sin que ellas sepan que las están utilizando y sin que comprendan de qué índole es el objetivo que se propone; dice que esto se hace “suscitando” la fe en las personas, o bien ejerciendo una acción “sobre ellas por medio del temor”. Gurdjieff al contrario, insiste en que no debemos hacer nada sin comprender lo que estamos haciendo. Comprender es la primera exigencia de la enseñanza.
En este camino no es necesario tener “fe”. Dice lo que se requiere es un poco de confianza, y aun esto, no por mucho tiempo, porque cuanto antes el hombre empieza a experimentar la verdad de lo que oye, mejor para él.  El hombre ha de experimentar por sí mismo la verdad de lo que se le enseña.
            La ciencia del ser no es gratuita. Cuesta muy cara, y en el mercado de los valores reales, bien sabemos que el único poder adquisitivo es el esfuerzo consciente.
lo contrario. Se trata de esfuerzos por librarse de tensiones inútiles, por escapar de la tiranía de las asociaciones automáticas, por salvar la propia atención de la masa arrolladora de sugestiones que a cada instante nos desintegran. Por desgracia son esos esfuerzos los que constantemente tratamos de evitar. Preferimos proteger celosamente nuestra confortable pasividad interior, aunque esto signifique en realidad un enorme despilfarro de energías.
Esta necesidad una participación activa del alumno resalta más aún cuando Gurdjieff añade  No hay y es imposible que haya iniciación exterior alguna. En realidad no puede haber sino iniciación propia… el crecimiento interior el cambio de ser, depende entera y totalmente del trabajo que el hombre hace sobre sí mismo, se le dá un impulso para que trabaje y nadie puede realizar en su lugar su tarea, la que él debe emprender.
Por la misma razón señala Gurdjieff que entre todos los objetivos el más deseable es el que se refiere  a ser dueño de sí mismos, porque sin esto nada es posible y frente a cualquier otra meta vendría ser un sueño infantil. Ser dueño de sí, es decir en definitiva, ser uno su propio amo o Maestro, de tal manera que ya no haga falta Maestro ni dueño alguno.  (parece que a esa gente que le hablaba tenían miedo a que los hipnoticen, cualquiera Gurdjieff es todo lo contrario, pero  tenés  que laburar, despertarte, querer saber.)   Este camino ¡qué largo es! ¡es indudable que jamás seré dueño de mí mismo Mientras no me conozca!
Con el fin de conocerme, me es necesaria una investigación directa. Voy en busca de mi forma posible, esto es un imperativo de cualquier entidad natural cuando pasa del caos a la existencia, de lo indeterminado al descubrimiento de su estructura propia. Aquí, sería un desvarío fiarme del azar o avanzar a tientas: se necesita un método. Este método es la observación de sí. No observar mi comportamiento, sino observarme a mí mismo en mi relación con los diferentes aspectos de mi funcionamiento.
Lo malo es que en cuanto trato de observarme, me doy cuenta de que no puedo. Algo  me lo impide. No dispongo de mi capacidad de atención para una tarea tan sutil. Es porque estoy totalmente condicionado  por los automatismos mentales, emocionales y fisiológicos, que ya están arraigados en mí.
El hombre es una máquina muy compleja, dice Gurdjieff; es una maravillosa marioneta, perfectamente dispuesta para funcionar, cuyos movimientos interiores y exteriores dependen a cada momento de las  influencias a que está sometida su existencia. El hombre no puede hacer, en él todo sucede, todo se hace por sí sólo; es más, no tiene no rastros de ese atributo que cree poseer, o sea: una consciencia lúcida, una voluntad libre, un yo permanente y el poder de hacer. Es posible que se sorprendan ustedes de lo que voy a decirles: la característica principal del hombre contemporáneo está constantemente durmiendo.  Y de por sí esta característica basta para explicar todo lo que le falta.
El hombre contemporáneo nace dormido,  vive dormido y muere dormido. ¿Y qué conocimiento puede tener un hombre dormido? Si se piensa en esto, recordando al mismo tiempo que nuestro rasgo principal es el dormir, no se tardará en comprender que si el hombre quiere lograr conocimiento, ante todo ha de pensar en cómo despertar, como cambiar el ser.
Así  pues, no hay y no puede haber objetivo más urgente para mí que despertar. Lo  peor es que mientras duermo, no me doy cuenta ni de mi propia presencia. A lo largo de todo el día me olvido de mí mismo. Existo como si se tratara de otro. Necesito hacer un esfuerzo para recordarme de mí mismo.
Recuerdo de Sí he aquí la llave maestra del método. Y en su aspecto inicial, coincide con el acto de despertar.
Ahora, si me percato realmente de que el despertar consciente es la única brecha por la cual me será posible evadirme de la cárcel de mi automatismo, y si a la vez reconozco mi impotencia actual para volver en mí a voluntad, empiezo a comprender que para despertar no basta desearlo.
El hombre que quiere despertar, dice Gurdjieff debe buscar otras personas que también se intereso en como él por la posibilidad de despertar, con objeto de trabajar juntos. Si todos ellos acuerdan que el primero que se despierte despertará a los demás, ya tienen una posibilidad. Sin embargo, aún esto es insuficiente, porque puede se echarse a dormir todos  a un tiempo, y soñar que se despiertan. Luego no basta. Hace falta algo más. Hace falta que les vigile  un hombre que no esté dormido como ellos, o que no se duerma tan fácilmente como los demás. Tienen que dar con un hombre así, para que les despierte y ya no les deje caer en el sueño.
Una vez más nos encontramos con  la necesidad de un maestro. Desde este nuevo punto de vista se puede decir que su papel consistirá en crear condiciones requeridas – y la primera de ellas, claro está, en su propia presencia, con todo lo que esto significa- para que sus discípulos despierten, vuelvan en sí y se mantengan vigilantes.
Esta creación de condiciones es precisamente la tarea que impone a sí mismo en los legendarios Relatos de Belcebú a su Nieto (Belcebu’s Tales to his Grand son) el gran santo Ashyata Sheyimash, prototipo de maestros despertadores, con el fin de permitir que se manifieste en el consciente ordinario de los hombres el impulso eseral sagrado de consciencia moral objetiva, cuyos factores (o elementos potenciales) permanecen intactos en su subconsciente.
Semejantes condiciones presentan forzosamente numerosos aspectos y  sin  cesar  deben  adaptarse al conjunto de circunstancias en que se halla el grupo de discípulos, a fin de corresponder a las necesidades objetivas de su desarrollo espiritual. En su enseñanza, Gurdjieff se valía de todos los medios que le parecían oportunos, según el grado de comprensión de sus alumnos. Había un tiempo para los estudios teóricos y un tiempo para la experimentación, para  las comprobaciones, para que cada uno pusiera a prueba su propia comprensión, en las condiciones mismas de la vida.
Uno de los medios que más usaba era el estudio de las leyes de la manifestación, por medio de movimientos y danzas. Naturalmente no era tanto la configuración exterior de dichos movimientos lo que le importaba, sino su poder de animación, del que los ejecutantes daban testimonio por su grado de presencia consciente en medio de la experiencia. El mantener en vida las ideas esenciales de su enseñanza, le exigía, sin duda alguna, algo muy distinto de un saber abstracto, rígido y desencarnado. En esto radica seguramente el secreto de Gurdjieff y su asombrosa capacidad para poner sus particularidades subjetivas al servicio de la finalidad que se había impuesto.
A ese nivel, la ciencia del ser es ya un arte, pero un arte esencialmente práctico: su descubrimiento y su aprendizaje evocan naturalmente la artesanía medieval y las iniciaciones, tanto espirituales como operativas, de los compañeros constructores de catedrales.
Y ya que hemos de concluir diremos que la ciencia del ser, la que  Gurdjieff trataba de llevarnos a compartir, no se puede aprender sino por experiencia directa, constantemente renovada, del despertar a nuestra propia presencia en el mundo y a nosotros mismos, con todo lo que esto implica.
Preguntas:
¿Gurdjieff  hablaba de la naturaleza esencial del ser?  ¿ De qué se trata?
Podemos decirlo de manera sencilla: en realidad, yo soy. Pero no lo sé… no es algo que tengo que inventar, es lo que es. Pero para descubrir que soy, tengo que despertar.
¿Y por qué voy a tratar de acercarme a eso?
  Si es lo más verdadero que hay, si es como el centro de mi propia presencia en el mundo, no puedo menos que sentirme llamado, que tener deseo de conocerlo. Lo que no dejará de evocar el conócete a ti mismo y conocerás el Universo y sus leyes. El gran principio de analogía al que se refería Gurdjieff cuando decía que hay una correspondencia rigurosa entre el microcosmos  y el macrocosmos , y que el hombre total que ha llegado al término de su de desarrollo representa una miniatura del Universo. De manera que despertar a mi propia presencia es acercarme al conocimiento universal por dentro, no por fuera.
¿Cuándo me doy cuenta que estoy dormido, si me parece que estoy despertando, como puedo deslindar la imaginación?
No puedo, y por eso necesito la ayuda de otros, con tal que estén menos dormidos que yo.
¿Cómo considerar esta forma de sueño en que estamos sumergidos y del que es tan difícil sacarnos?
Este sueño es el estado natural del hombre. Vivimos en el sueño como vivimos dentro del aire, y no habría esperanza si no estuviéramos, a veces, en condiciones de percibir que no vivimos sólo en este mundo, sino también en otro, en el que nos es posible despertar a otro conjunto de percepciones, otra manera de ser, de pensar y de sentir. El acto de despertar puede cambiarlo todo: es nacer a otro mundo dentro de uno mismo.
El despertar ¿no implica relaciones con sus semejantes? ¿o bien se trata de un mundo aparte, aislado de la realidad que lo rodean?
Excelente pregunta, porque son frecuentes los equívocos a ese respecto. Despertar no es en absoluto aislarse del mundo, separarse de ese conjunto de relaciones en el que hemos de existir. Todo lo contrario, es ampliarse, enriquecerse, es la posibilidad de vivir a un tiempo en diferentes planos, es enfrentarse con exigencias de varios niveles a la vez: no es ir a menos, sino a más.